Caminar seguros: un derecho común
En el debate público solemos imaginar que jóvenes y adultos mayores habitan en orillas distintas: unos con prisa por transformar y otros con cautela para conservar.
Sin embargo, cuando se trata de lo esencial —la seguridad y la movilidad—, ambos coinciden en una misma exigencia: vivir sin miedo y moverse con dignidad.
Los jóvenes, que llenan universidades y espacios laborales, reclaman transporte seguro y accesible. Las aplicaciones, las bicicletas o el metro representan su derecho a moverse sin ser víctimas de acoso o violencia.
Los adultos mayores, en cambio, elevan la voz por banquetas transitables, alumbrado público y rutas de transporte que no los condenen al encierro.
El lenguaje cambia, pero la demanda es idéntica: un entorno urbano que les permita llegar a salvo a su destino.
En muchas ciudades del país, la movilidad y la seguridad se cruzan en la misma línea de urgencia. Un joven que teme un asalto en la estación del metro y un adulto mayor que evita salir de noche por falta de alumbrado viven la misma limitación: la ciudad que debería ser espacio común se vuelve territorio hostil.
Quizá ahí radica la verdadera coincidencia generacional: la política pública que garantiza seguridad y movilidad no distingue edades, sino que se convierte en un derecho transversal.
No es el capricho de una generación ni la nostalgia de otra, es la base para habitar el presente y planear el futuro.
Coincidencia o no, lo que piden jóvenes y mayores es exactamente lo mismo: la certeza de que al salir de casa podrán regresar.
La mala planeación de la movilidad en las grandes ciudades del país ha generado una coincidencia amarga: jóvenes y adultos mayores viven con miedo al desplazarse, atrapados entre banquetas rotas, transporte inseguro y calles pensadas para los autos, no para las personas.
En cada elección, los políticos prometen soluciones, pero el tema se recicla como slogan de campaña más que como política pública real. La consecuencia es clara: seguimos caminando las mismas calles mal planeadas, con los mismos riesgos y con la misma decepción hacia quienes gobiernan.
En Nuevo León, los proyectos de movilidad avanzan a contrarreloj, más por la presión de la cercanía del Mundial 2026. El riesgo es que las obras queden sin resolver las necesidades cotidianas de quienes todos los días coinciden en el mismo problema es mínimo porque se está trabajando con constancia, el objetivo es claro y la demanda de la población recurrente, moverse seguros y con dignidad.