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Chichareándola

Perspectiva de Hugo Ontiveros. Foto: POSTA Mx.
Por:Hugo Ontiveros

En el fútbol, como en la vida pública, hay momentos de gloria, de bajón… y de perder el balón en la salida. Así le está pasando a Javier “Chicharito” Hernández, ese ídolo que alguna vez fue sinónimo de entrega, humildad y goles que nos hicieron gritar hasta quedarnos afónicos. Hoy, sin embargo, da la impresión de que se lo tragó su propio personaje. O peor: que su coach de vida lo mandó a jugar fuera de lugar.

Recientemente, Chicharito volvió a la polémica, no por un gol o por un último logro en su carrer, sino por declaraciones que muchos interpretaron como discriminación de género. En un país tan fracturado, tan necesitado de referentes positivos, estas palabras cayeron como autogol en tiempo de compensación.

La historia de Javier es digna de una serie en streaming. Un joven carismático que debutó con la camiseta de las Chivas, se ganó un lugar en Europa, le metió gol al Chelsea, al Real Madrid, al PSG, al ego de miles de detractores. Un jugador que gritaba “¡sí se puede!” con una energía casi infantil, con esa mezcla de candidez y entusiasmo. Pero desde hace algunos años, ese fuego parece haberse transformado en cenizas… y no precisamente de victoria.

Desde su paso por la MLS, su perfil dejó de ser el del niño bueno del fútbol mexicano para convertirse en el del “influencer” incómodo. Arrogante, desafiante, opinando de todo, aun cuando nadie le pidió la bola. No se trata de censurarlo, por supuesto. Pero cuando eres figura pública, cada palabra es un pase que puede terminar en gol o en desastre. Y últimamente, las de Chicharito han sido puro balón dividido.

Su regreso a las Chivas, que se antojaba como el último baile, ha estado más cerca del desencanto que del aplauso. En lugar de liderar con ejemplo, se ha visto envuelto en problemas extracancha, en salidas en falso, en declaraciones que desconciertan más de lo que inspiran. Como si el crack se estuviera convirtiendo en meme.

¿La culpa es de él? ¿Del entorno? ¿De un coach de vida que lo tiene más confundido que motivado? Quién sabe. Pero lo cierto es que la figura de Chicharito nos deja lecciones que rebasan la cancha.

En política, como en el fútbol, no basta con haber sido bueno. Hay que saber cuándo hablar, cómo hablar y sobre todo, para qué hablar. Los tiempos actuales no perdonan la falta de sensibilidad. Y tampoco el oportunismo disfrazado de autenticidad.

Chicharito dice lo que piensa. Está bien. Pero pensar antes de hablar es otro juego, y para ese también se ocupa timing. Y ese parece no haberlo entrenado. En un México donde el tema de género es un campo minado —con justa razón— no se puede andar opinando como si estuviéramos en la reta con los compas. Porque no todos los públicos son iguales. Porque no todo se resuelve con una sonrisa y una frase motivacional de TikTok.

¿Dónde quedó aquel Javier humilde, empático, que conectaba con niños y adultos por igual? ¿En qué momento se perdió en la cancha del ego? Hoy, más que nunca, necesita un buen asesor, alguien que le enseñe que la comunicación, como el fútbol, es táctica, estrategia, y sobre todo, conciencia de juego.

Hay figuras públicas que, cuando no tienen rumbo, lo único que hacen es chicharearla. Y no hay peor derrota que esa: la de convertirte en tu propio detractor.

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