¿Crees en el destino?
Hola qué tal, yo soy Carolina Hernández y este es Sin Esdrújulas, tu micro mini podcast en el que escribo cosas que luego leo y tu me ves leer para tentar el destino.
Hace unos días, una amiga me preguntó si creía en el destino. La parte crítica de mi pensamiento, esa que toma café cargado y subraya con amarillo ensayos periodísticos, dijo que no.
Pero Mercedes —mi voz interior, la que se ríe como si supiera un secreto que yo no— soltó una carcajada y respondió sin titubear:
Claro que creemos.
Y ahí me quedé, atrapada en el medio.
Porque, por un lado, me resisto a concederle a algo tan intangible como “el destino” el poder de llevar mi vida a un punto predefinido, como si fuera un tren que avanza por vías que yo no elegí.
Por otro, he vivido momentos en los que las piezas encajan de una forma tan precisa que cuesta creer que todo sea puro azar: reencuentros improbables, oportunidades que llegan cuando ya me había rendido o que se van cuando ya no me sirven, aunque yo crea que sí.
En la vida me suceden cosas que parecen guiadas por una mano invisible.
“Todo lo que esté destinado a suceder, sucederá, por más esfuerzos que se hagan para impedirlo”, dice una de esas frases impresas en tarjetas de regalo.
Y aunque suene a cliché, hay algo inquietante en la manera en que a veces la vida parece confirmarla.
Como si nuestras decisiones fueran apenas pequeñas olas sobre una corriente subterránea que ya tiene decidido hacia dónde nos llevará.
La verdad es que no existe una relación clara y constante entre nuestro esfuerzo y los resultados.
Conozco gente que ha trabajado con una disciplina de monasterio y nunca ha alcanzado lo que soñaba, y otras personas que, sin buscarlo demasiado, han tropezado con un golpe de suerte que les cambió la vida.
Es como si esto se tratara de jugar un ajedrez donde nosotros movemos las piezas, pero alguien más decide cuándo y cómo se gana la partida.
Tal vez creer en el destino sea solo un truco mental, un mecanismo de defensa de nuestros cerebros confundidos para recuperar la ilusión de que el mundo es predecible y, hasta cierto punto, controlable, aunque no sea por nosotras.
Porque aceptar que todo es caos puro, que nada obedece a un orden, es demasiado insoportable para nuestra mente.
Así que inventamos historias, patrones, significados. Y en esas historias, el destino aparece como un personaje que da sentido a lo que, de otro modo, sería solo una cadena de accidentes.
La realidad es que, mientras nosotros planeamos y trabajamos por nuestros objetivos, una cantidad enorme de factores —el azar, las decisiones de otros, los giros imprevistos de la historia y hasta el clima— se mueven en paralelo, chocando o empujando lo que habíamos previsto.
Y ahí es donde a veces sentimos la mano del destino: en esa danza invisible donde nuestras acciones se mezclan con lo que no controlamos.
Tal vez el destino no sea un plan escrito, sino una suma de coincidencias y decisiones que, vistas desde lejos, parecen tener sentido.
Como un tapiz que solo revela su dibujo cuando te alejas lo suficiente para verlo completo.
Y tu bebé ¿Crees en el destino?