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La ayuda que no ayuda

La ayuda que no ayuda. Foto: POSTA Mx.
Por:Omar Reyes Cerda

La narrativa oficial presume que nunca en la historia de México se había apoyado tanto a los más pobres. Aunque tal vez sea cierto, si uno mira los números fríos de los programas sociales multiplicados, las miles tarjetas entregadas, y los miles de millones de pesos dispersados, y lo comparamos con la realidad cotidiana en las comunidades más olvidadas del país, surge una pregunta inevitable: ¿Y dónde está el bienestar?

Porque si algo ha dejado en evidencia este sexenio, es que el asistencialismo desbordado no es sinónimo de justicia social, y al contrario, podría ser la trampa perfecta para perpetuar la pobreza y convertirla en un instrumento de control político.

Es así, los datos del Coneval revelan que entre 2020 y 2023, el número de personas en situación de pobreza aumentó en varios estados, esto pese al incremento de recursos entregados directamente a millones de pobres.

Hay que decirlo claro: el dinero no basta.

En México se necesitan políticas integrales que transformen entornos, impulsen las economías locales, garanticen acceso real a educación y salud, y generen oportunidades de empleo.

Ningún programa de transferencia monetaria sustituye el acceso a una escuela digna o a un hospital que funcione y ninguna beca reemplaza un empleo estable. Y esto lo sabe la 4T, ¿y entonces?

La paradoja es brutal: mientras crece la lista de beneficiarios, también crece el número de mexicanos sin acceso a los derechos más elementales.

El éxito de las tarjetas del bienestar no se ha traducido en mayor movilidad social porque hay una realidad devastadora, la pobreza no se combate con dádivas, sino con dignidad.

En México se prometió que no serían iguales y que la transformación significaría un cambio total, pero el problema sigue siendo que en muchos casos se sigue privilegiando la lealtad electoral por encima del desarrollo.

En este país se castiga la autonomía y se premia la dependencia. Y así, el gobierno que prometió “primero los pobres” parece haber olvidado que primero están sus derechos. ¿Cuáles? pues empecemos por los básicos, el derechos a la educación y a la salud.

En lugar de construir una red de protección social sólida, se ha tejido una malla clientelar, y en lugar de erradicar la pobreza, se ha sofisticado su administración, mientras tanto, en las comunidades indígenas, en las colonias periféricas, y en los ejidos abandonados, la desesperanza sigue siendo palpable.

Es imperante replantear el enfoque. No se trata de eliminar los programas sociales, sino de volverlos transformadores, pero de verdad. Hay que diseñarlos con base en evidencia, medir su impacto, auditar su ejecución, y articularlos con estrategias de desarrollo regional, de lo contrario, sólo seguirán en el autoengaño cómodo que produce votos, pero no bienestar.

Otro punto, hay que revalorar el papel de las comunidades y escuchar sus necesidades, debemos involucrarlas en el diseño de las soluciones, porque no se puede imponer desde un escritorio en Palacio Nacional una “solución” para quienes viven a mil kilómetros de distancia.

Los datos están ahí y el reto también, la pregunta es si se tendrá el valor de abandonar el aplauso fácil para apostar por un cambio real. Porque ayudar no es solo dar. Lamentablemente, el país parece seguir atrapado entre la voluntad de ayudar... y la incapacidad de hacerlo bien.

QUE CURIOSO

El tiempo es “oro”, y cuando se tiene en las manos la responsabilidad de un país, no se puede dar el lujo de perder ni un minuto. No sirvió de nada perder horas en un avión comercial, cuando se pudieron aprovechar en una de las cumbres más importantes del mundo.

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