La cruda urgencia
¿A dónde nos lleva esta urgencia por saberlo todo?
Me preocupa profundamente el rumbo que estamos tomando como sociedad frente al uso de las redes sociales y el manejo de información sensible.
Vivimos en una era donde la inmediatez ha reemplazado a la prudencia, donde el juicio público se adelanta a los hechos y la opinión sustituye a la evidencia.
El reciente fallecimiento de una influencer, ocurrido mientras transmitía en vivo, ha detonado una vorágine de especulaciones, juicios anticipados y versiones sin sustento que inundan la red.
La tragedia no solo impactó por su crudeza, sino por la reacción colectiva que le siguió. En cuestión de minutos, miles de usuarios ya “sabían” lo que había pasado.
Se compartieron fragmentos de videos, se viralizaron hipótesis sin confirmar, y se exigieron respuestas inmediatas a las autoridades, quienes aún estaban intentando recabar pruebas.
Como sociedad, no dimos espacio para el silencio, para el análisis, para la verdad ni mucho menos para el duelo.
Esta actitud colectiva me remite a momentos históricos como el asesinato de John F. Kennedy o de Luis Donaldo Colosio. En ambos casos, el mundo entero se sintió con derecho de opinar, de generar su propia versión de los hechos, de completar la historia con lo que faltaba, aún sin pruebas.
Es una forma de paranoia social: una necesidad imperiosa de tener toda la información para calmar la angustia que genera lo incompleto.
Pero ese deseo, aparentemente inofensivo, se vuelve peligroso cuando las historias se inventan para llenar vacíos, cuando las investigaciones se contaminan por presiones externas y cuando la verdad se convierte en un producto de consumo más.
Las redes, en lugar de informar, desinforman. Y lo más grave: se convierten en tribunales donde se dictan sentencias sin derecho a defensa.
¿Qué tiene que pasar para que las autoridades puedan trabajar en tiempo y forma? ¿Qué debe ocurrir para que respetemos los protocolos, sobre todo en situaciones tan delicadas como esta?
Propongo una reflexión colectiva: que quienes comunicamos lo hagamos con ética; que quienes consumimos información lo hagamos con responsabilidad. Y que como sociedad aprendamos a esperar. A veces, el respeto también se demuestra con silencio.
Solo así podremos construir una comunidad informada pero también empática y justa.
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