La política latinoamericana juega con puros veteranos
Renovar el Peronismo. Esa fue una de las muchas frases que leí en panfletos y paredes mientras caminaba por las calles de Buenos Aires. Directa, pasional, casi desafiante. Pero sobre todo, reveladora. Porque en Argentina, el peronismo no se discute, se vive. Y se vive con una intensidad que no ha disminuido desde hace casi 80 años, cuando Juan Domingo Perón llegó al poder. Su apellido sigue pesando como si el tiempo se hubiera detenido, como si el país entero girara aún en torno a su legado. Ojo, no con esto estoy queriendo decir que todos estén a favor de esa ideología política, el eje central de la columna es su vigencia.
Y ustedes saben que a mí me gusta pensar la política con analogías futboleras. En el fútbol hay escuelas: la de Johan Cruyff en Europa, el Bilardismo o el Menottismo en Argentina. Son filosofías que inspiran a nuevas generaciones de entrenadores, que no solo repiten fórmulas, sino que las transforman. En cambio, en la política latinoamericana, esas “escuelas” parecen más bien anclas. En lugar de impulsar nuevas ideas, las corrientes ideológicas se aferran al pasado, impidiendo la renovación.
El Castrismo en Cuba, el Chavismo en Venezuela, el Correísmo en Ecuador, el Obradorismo que se quiere sembrar en México, y por supuesto, el eterno Peronismo en Argentina… No estamos hablando solo de líderes con propuestas, sino de estructuras que se han vuelto dogma, de apellidos que sustituyen ideas, de lealtades más emocionales que racionales.
Y esto no lo digo desde el desprecio. Muchos de esos líderes supieron conectar con su pueblo, resolver problemas urgentes y marcar una época. Pero el problema no es el pasado; el problema es vivir anclados en él. Es seguir apostando a lo conocido por miedo a lo nuevo. Es creer que no hay mejores ideas, solo herederos.
Como consultor y estratega político, esta reflexión me obliga a pensar que el verdadero reto está en formar nuevos cuadros. Nuevos nombres. Nuevas ideas. Gente que no tenga que cargar con un apellido prestado ni que repita discursos de hace medio siglo. Si el fútbol se reinventa cada cuatro años con técnicos jóvenes que proponen nuevas maneras de jugar, ¿por qué la política no puede hacer lo mismo?
Ya basta de vivir de legados que se han convertido en límites. Necesitamos una política que no rinda culto a los apellidos, sino que brinde espacio a la creatividad, al pensamiento crítico y a la evolución social. Porque lo que se estanca, se pudre. Y lo que no se renueva, se convierte en museo.
Argentina, como toda Latinoamérica, merece más que nostalgias. Merece un mejor futuro.