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Me niego a acostumbrarme a vivir en la violencia

Perspectiva de Hugo Ontiveros. Foto: POSTA Mx.
Por:Hugo Ontiveros

Me niego. Me niego rotundamente a tener que acostumbrarme a vivir en la violencia, a normalizar el miedo, a mirar hacia otro lado como si el horror fuera parte del paisaje cotidiano.

Como ciudadano mexicano —y como consultor político que observa la realidad desde dentro y desde fuera del poder— no puedo quedarme callado ante lo que acaba de suceder con Carlos Manzo, alcalde de Uruapan, Michoacán. No hay justificación posible. No hay discurso, ideología o estrategia política que pueda tapar lo evidente: el Estado mexicano ha fallado en su deber más básico, el de proteger la vida de sus ciudadanos.

Carlos Manzo fue un hombre de gallardía, de convicciones firmes, de esos que no se doblan ante la amenaza. Él mismo denunció las intimidaciones que recibía por enfrentar a la delincuencia organizada. Sabía que estaba en peligro, pero eligió seguir. Y ese valor, ese acto de fe en la justicia, le costó la vida.

Su muerte desnuda una verdad dolorosa: en México no hay Estado de Derecho. La ley no se cumple, la justicia no llega, y la impunidad se ha convertido en la moneda más corriente. Mientras los discursos de la “Cuarta Transformación” insisten en el bienestar, la realidad sangra en las calles. “Bienestar” —esa palabra enorme— no puede existir donde reina el miedo. En los países que verdaderamente la practican, la seguridad es la base de todo. Aquí, la seguridad se perdió junto con la confianza.

Y lo más grave: el gobierno lo sabe. El presidente municipal contaba con la supuesta protección de 14 elementos del Ejército o la Guardia Nacional. Catorce. Y aun así, nadie pudo detener las balas.

Si ni siquiera un alcalde bajo resguardo puede salvar su vida, ¿qué le queda al ciudadano común que vive sin escoltas, sin protección, sin poder?

El asesinato de Carlos Manzo no sólo duele: indigna. Es el espejo de un país fracturado, de un pueblo agotado que empieza a despertar. Porque en el funeral del alcalde, el pueblo expulsó al gobernador de Michoacán. Ese acto, simbólico y brutal, fue más que una protesta: fue un grito de hartazgo, un “¡ya basta!” que retumbó en todo México.

Como consultor político, sé que este hecho cambiará la narrativa. A partir de ahora, la gente exigirá verdad, no discursos. Justicia, no condolencias. Seguridad, no promesas. La muerte de Manzo es un parteaguas. Lo adoptaron como héroe, como mártir, como símbolo de lo que ya no quieren seguir soportando: la violencia impune y el silencio cómplice.

Termino como comencé: me niego a acostumbrarme.

Me niego a aceptar que mis hijos, mis padres, mis hermanos, mi gente tengan que vivir con miedo y con la indiferencia de un gobierno que perdió el rumbo. No quiero un México que se acostumbre a llorar a sus valientes. Quiero un país que los defienda, que los honre en vida, no con discursos post mortem.

El pueblo mexicano es noble, es sabio. Y cuando el pueblo despierta, no hay poder que lo detenga. Porque el pueblo quita y el pueblo pone. Como bien dicen por ahí…

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