Jorge Cuéllar Montoya, promotor cultural tamaulipeco. Foto: Daniel Espinoza
Último concierto de Sabina: así lo vivió un promotor cultural de Tamaulipas
El 30 de noviembre de 2025 marcó un punto y aparte en la historia de la música en español. En Madrid, la ciudad que tanto quiere, Joaquín Sabina —el “flaco de Úbeda”— cerró la gira internacional Hola y Adiós con un concierto que fue mucho más que una presentación: fue un auténtico epílogo.
El espectáculo, que culminó una extensa gira de 71 conciertos por México y Europa, se convirtió en un momento de comunión mundial para los amantes de la trova… y un tamaulipeco estuvo ahí para vivirlo y contarlo.
¿Por qué destaca la presencia de Tamaulipas en este concierto?
La relevancia del concierto traspasó lo musical: fue una cita para saldar una deuda emocional con uno de los grandes cantautores de los últimos cincuenta años.
Para fortuna de Tamaulipas, un testigo de excepción estuvo presente: Jorge Cuéllar Montoya, promotor cultural, quien compartió una crónica que no solo documenta el evento, sino que captura la intimidad de la despedida desde una mirada profundamente personal y sensible.
Desde el inicio, la noche en Madrid tuvo aire de ceremonia, según narra Cuéllar Montoya. Pese al frío, la ilusión de parejas, amigos y asistentes solitarios se sentía desde las gradas, cada uno intentando adivinar qué canción de Sabina había marcado la vida del otro.
El cantautor abrió con “Yo me bajo en Atocha”, un abrazo directo a la capital española, y un aviso de que aquello sería, efectivamente, un cierre de ciclo.
Cuéllar Montoya describe una mezcla de emoción, nostalgia y “ese llanto triple: alegría, tristeza y gratitud”. Cuando Sabina apareció con su habitual sombrero negro y un andar lento pero decidido, parecía cruzar —más que caminar— “los pasillos de su propia memoria”, desatando una ovación unánime.
La crónica tamaulipeca: intimidad, historias y la voz de un narrador
El talento narrativo de Cuéllar Montoya reluce al capturar los momentos íntimos que definieron la velada, transformando el concierto en una experiencia compartida.
La noche avanzó entre canciones que eran cicatrices y recuerdos: “19 días y 500 noches” se volvió un grito colectivo y “Y sin embargo” recordó que el amor y la ironía pueden convivir en la misma frase.
Dos momentos quedaron grabados en la memoria del promotor cultural. El primero ocurrió cuando Sabina presentó a su staff musical mostrando fotos de cada integrante cuando eran niños, un gesto que llenó el escenario de ternura.
El segundo fue la sorpresa del público al anunciar que interpretaría exclusivamente “De purísima y oro”, pieza de enorme significado personal.
Otro instante de silencio reverencial llegó cuando Sabina recordó cómo conoció a Chavela Vargas, quien le dijo que vivía “en el bulevar de los sueños rotos”, frase que inspiró la icónica canción “Por el bulevar de los sueños rotos”.
Detalles como este hicieron que frases del cantautor —“Nadie sabe de dónde vienen las canciones, nadie sabe de dónde vienen las musas”— quedaran suspendidas en el aire.
La noche cerró con “Tan joven y tan viejo”, que provocó una ovación final y, según cuenta Cuéllar Montoya, lágrimas inevitables.
La sensación con la que salió del recinto fue clara: aunque el concierto marcó el final de la gira, no era un adiós. Porque, mientras sus canciones sigan vivas, Sabina también.