Foto: Javier Cota Mendoza
El tren perdido de San Quintín: el proyecto británico que fracasó en el Porfiriato
A finales del siglo XIX, en una Baja California casi deshabitada, un grupo de inversionistas extranjeros soñó con transformar las dunas y bahías solitarias en el nuevo emporio agrícola del Pacífico.
Prometieron llevar la modernidad sobre rieles hasta el extremo noroeste de México, conectar la península con Estados Unidos y convertir a San Quintín en la “puerta del progreso”. Fue un proyecto que comenzó con discursos de grandeza, locomotoras traídas desde Inglaterra y rieles recién desembarcados en un muelle improvisado.
Pero lo que debía ser el primer ferrocarril peninsular terminó convertido en un tren que nunca llegó a ningún destino.
¿Por qué quisieron construir un ferrocarril en San Quintín?
Durante el Porfiriato, el gobierno mexicano impulsaba el desarrollo a través de concesiones a capital extranjero. En 1889, la Mexican Land and Colonization Company (MLCC), una empresa británica respaldada por inversionistas londinenses, obtuvo la concesión para construir un ferrocarril que atravesaría Baja California. Su meta era conectar San Quintín con los mercados de San Diego y Yuma, transportar trigo, mármol y metales preciosos, y poblar el territorio con colonos europeos.
El ferrocarril se presentaba como la llave para abrir la región al comercio internacional y atraer prosperidad a una zona aislada del resto del país.
El ambicioso plan inglés para conquistar el desierto bajacaliforniano
El gobierno de Porfirio Díaz respaldó la iniciativa bajo su política de “orden y progreso”. A cambio de la promesa de desarrollo, la empresa británica recibió extensas concesiones de tierra en el norte peninsular. En San Quintín se levantaron campamentos, almacenes y un molino harinero, conocido hoy como El Molino Viejo.
Llegaron locomotoras y 1,800 toneladas de rieles de acero desde Inglaterra; incluso se tendieron 27 kilómetros de vía.
El proyecto contó con la participación de figuras como Sir Edward Jenkinson, presidente de la MLCC, y del empresario Major Buchanan Scott, representante local. Ambos promovían la colonización con visión comercial, mientras el gobierno federal observaba con expectativa el crecimiento de una colonia británica en suelo mexicano.
Sin embargo, tras bastidores surgieron tensiones. Estados Unidos veía con recelo la presencia inglesa tan cerca de su frontera. En 1890, un escándalo estalló cuando se descubrió que algunos directivos de la compañía habrían apoyado un intento de separar Baja California de México para crear una “República de la Baja”. Se reveló que sus directivo, excepto el presidente Sir Edward Jenkinson, habían prometido $100 mil dólares para financiar la insurreción.
Aunque el gobierno de Díaz controló la situación, el proyecto quedó bajo sospecha.
El tren que no llegó a ningún destino: cómo fracasó el ferrocarril de San Quintín
Los primeros rieles se colocaron en 1891, pero al año siguiente el proyecto se detuvo. Los motivos se acumularon, el puerto de San Quintín resultó demasiado somero para barcos de gran calado, las lluvias cesaron y el valle se mostró árido, y una crisis económica en Estados Unidos derrumbó el banco que financiaba la obra. Sin capital ni cultivos, la compañía británica abandonó la construcción.
Para 1892, el sueño ferroviario estaba muerto. Solo quedaron unos pocos kilómetros de vía y una locomotora sin destino. Cuando en 1909 se intentó recuperar el material metálico, la máquina principal cayó al mar al ser cargada a un barco y se hundió para siempre en la bahía. A 13 metros de profundidad, ese tren sigue ahí, oxidado, silencioso, y convertido en símbolo del fracaso más ambicioso del Porfiriato en Baja California.
Lo que quedó del sueño del sueño ferroviario de Baja California
El colapso del ferrocarril afectó gravemente el desarrollo de la región. San Quintín, que en su momento albergó colonos y trabajadores, quedó deshabitado durante décadas. Los terrenos agrícolas se secaron, el molino quedó en desuso y el puerto perdió relevancia. Baja California continuó aislada, sin ferrocarril interno, dependiendo del transporte marítimo y del comercio fronterizo.
Sin embargo, el paso del tiempo no borró del todo la huella del proyecto. Familias locales han conservado por generaciones fragmentos del ferrocarril, desde clavos, piezas de riel y herramientas oxidadas que hoy forman parte de su memoria familiar. El Molino Viejo sobrevive como restaurante y vestigio histórico; cerca del muelle, los restos del terraplén aún emergen entre las mareas.
Más de un siglo después, la historia del fallido ferrocarril de San Quintín sigue despertando curiosidad.