Janal Pixán 2025: la vida entre tumbas de don Sergio, sepulturero del Cementerio General de Mérida
En el Cementerio General de Mérida, el silencio tiene nombre y rostro. Se llama Sergio Mena, y desde hace más de veinte años camina entre bóvedas y flores marchitas con la calma de quien ha hecho las paces con la muerte.
En esta temporada de finados, cuando el camposanto se llena de velas, flores y murmullos, su figura se confunde entre los visitantes que llegan para honrar a sus muertos.
Para él, cada tumba cuenta una historia y cada entierro es un acto de amor. Porque, como dice don Sergio, “en este lugar donde descansan los cuerpos, la vida todavía respira”.
¿Cómo se aprende a perderle el miedo a la muerte?
“Mi nombre es Sergio Mena Polanco, para servirle”, dice con serenidad, acomodando sus manos sobre el pantalón de trabajo manchado de tierra. Trabaja en el Cementerio General de Mérida, donde ha pasado más de dos décadas sirviendo como empleado municipal.
Yo tengo más de 22 años de antigüedad aquí como empleado municipal, con mucho gusto elaborando mi trabajo. Tengo seis años como sepulturero y también me da mucho gusto hacer ese tipo de trabajo.
Sergio Mena Polanco - Sepulturero
Con el tiempo, el miedo se volvió respeto. Entre los pasillos silenciosos del Cementerio General, donde el eco de los rezos parece quedarse suspendido entre las ramas de los flamboyanes, camina cada mañana don Sergio Mena Polanco.
Con paso lento y mirada serena, revisa bóvedas, limpia pasillos y prepara el terreno para quienes llegan a su última morada.
Yo con mucho gusto empiezo a elaborar, a hacer el trabajo de ayudante de sepulturero: entrar a las bóvedas, exhumar, limpiar las bóvedas o tumbas y sacar los ataúdes ya después de haber exhumado los restos áridos del ser humano. Luego se arregla la bóveda y se deja lista para enterrar a la persona de la que Dios dispuso.
Sergio Mena Polanco - Sepultero
Bajo el sol ardiente de Mérida, su trabajo consiste en abrir, limpiar y sellar bóvedas; recibir ataúdes y preparar el lugar donde el cuerpo descansará. Pero para don Sergio, no se trata solo de tareas físicas.
Uno debe tener sentimientos; hay que ponerse en el lugar de las personas dolientes. No tengo por qué aporrear el ataúd; lo asiento con respeto, como debe ser.
Sergio Mena Polanco - Sepultero
¿Qué se siente despedir a desconocidos todos los días?
En cada entierro, don Sergio acompaña silenciosamente el dolor de las familias. No los conoce, pero comparte su tristeza, porque sabe que, como ellos, todos hemos perdido o perderemos a un ser querido.
A veces me parte el corazón, porque veo cómo los hijos, los nietos despiden a sus padres, y me pongo en su lugar. No lloro, pero siento aquí en el corazón, porque sé que es la última vez que los ven.
Sergio Mena Polanco - Sepultero
No hay rutina que lo haga indiferente. En cada ceremonia hay algo único: un gesto, una lágrima, una oración que le recuerda que todos, tarde o temprano, caminaremos el mismo sendero.
Yo también enterré a mis padres, pero estoy tranquilo. Sé que están con Dios, y eso me da paz.
Sergio Mena Polanco - Sepultero
Para él, esa fe es su herramienta más importante. Le permite acompañar sin derrumbarse, mirar la muerte sin miedo y recordar que los que se van no desaparecen: solo cambian de forma.
¿Por qué es importante no olvidar a los que ya partieron?
Cuando se acerca el Día de Muertos, el cementerio se llena de color, música y aromas. Familias enteras llegan con flores, comida y veladoras. Don Sergio observa todo con una mezcla de orgullo y ternura.
Recuerda a quienes visitan fielmente las tumbas de sus padres o abuelos, y también a los que hace años no regresan. Para él, el cementerio no es un lugar de muerte, sino de presencia.
Entre cruces y cipreses, don Sergio continúa su labor con respeto y calma. Es un guardián del silencio, un testigo de miles de despedidas que, paradójicamente, lo han enseñado a amar más la vida.
En cada tumba que limpia, en cada ataúd que acomoda con cuidado, honra no solo a los muertos, sino a la memoria de quienes siguen vivos, recordando.
Porque en el Cementerio General de Mérida, entre sus calles de piedra y sus sombras centenarias, la muerte no es olvido: es amor que persiste, encendido como una veladora que nunca se apaga.