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Durango

3 leyendas de Durango que son típicas para recordar en Día de Muertos

Tres leyendas del Panteón de Oriente de Durango, para este Día de Muertos

¿Ya conocías estas historias del Día de Muertos en Durango? | Foto: museodeartefunerariodurango.com
¿Ya conocías estas historias del Día de Muertos en Durango? | Foto: museodeartefunerariodurango.com

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Por: Lorena Ríos

Se acerca el Día de Muertos y Durango, con sus más de 4 siglos y medio de historia, cuenta con interesantes leyendas y relatos alusivos a esta temporada otoñal en la que, según muchas creencias, los portales se abren y varios planos se conectan con el nuestro.

La creencia y tradición mexicana garantiza que el 2 de noviembre es el día del año en que los espíritus de los difuntos tienen permiso de venir a visitar a sus seres queridos que amaron en vida.

Pero la cultura en varios países también asegura que estos portales permanecen abiertos por más días (generalmente previos al Día de Muertos), durante los cuales pueden aprovechar toda clase de espíritus para cruzar. 


3 leyendas de Durango ideales para recordar en Día de Muertos

Es por lo anterior, que durante estos días es mejor andar con cuidado y ser respetuosos, tanto de las tradiciones como de los espíritus que puedan andar rondando durante esta época.

Y para muestra, tres botones. Las siguientes leyendas de Durango nos recuerdan la importancia de no jugar con lo desconocido, y honrar a nuestros difuntos o simplemente dejarlos descansar en paz.

  • El invitado del más allá
  • La apuesta
  • El abrazo del muerto


¿De qué trata la leyenda de El invitado del más allá, ocurrida cerca del Día de Muertos?

Verónica era una joven duranguense que se encontraba viviendo su propio cuento de hadas. Venía de una familia adinerada y estaba próxima a casarse con el amor de su vida, un joven guapo, de buena familia y que la amaba tanto como ella a él.

Unos días antes de su boda llegó el Día de Muertos y, como es tradición en todo México, asistió junto con sus familiares al panteón, a llevar flores a sus difuntos y dedicarles un pensamiento o una oración.

Pero siendo una joven caprichosa y mimada, ese Día de Muertos, el único pensamiento en la cabeza de Verónica era ella misma y su próxima boda.

Caminando entre las tumbas, tropezó con un cráneo que yacía polvoriento en el suelo. Con indiferencia lo apartó de una patada mientras le decía sonriendo "A ti también te invito a mi boda, no dejes de asistir", y siguió caminando.

Llegado el gran día, se celebró una gran boda, la iglesia completamente llena y la recepción, aunque muy exclusiva, también con bastante asistencia. Casi todos eran invitados de los padres de los novios, por lo que era normal que Verónica no conociera a la mayoría.

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Cuando un joven se acercó a bailar con ella y la felicitó por su boda, ella le preguntó si era invitado de sus padres o de sus suegros, a lo que éste respondió "Tú me invitaste ¿no te acuerdas? En el panteón, me dijiste que no dejara de asistir".

Cuenta la leyenda que la impresión fue tal, que Verónica cayó muerta en los brazos de ese desconocido, del que después nadie supo nada.


La apuesta, una leyenda de Durango para este Día de Muertos

Los panteones son lugares misteriosos, llenos de mitos y dudas. Ameritan respeto y solemnidad, pues son la última morada de nuestros antepasados y seres queridos. Aún así la juventud puede llegar a ser caprichosa e inconsciente, en especial si ha habido algunos tragos de por medio.

Ese fue el caso de esta leyenda, en la que tres amigos, durante una borrachera, deciden hacer una apuesta que implica adentrarse en el Panteón de Oriente a altas horas de la madrugada: Aquel que se anime a llegar más lejos dentro del camposanto, gana la apuesta.

Para dar fe de la distancia recorrida, deberían clavar en una estaca y retornar a la puerta del panteón. Sobra decir que el vencedor será aquel que lograse asentar la estaca más lejos de la entrada, panteón adentro.

Alejandro es el tercero y último en aventurarse. Seguro de poder triunfar y llevarse el dinero de sus amigos, se adentra más allá y sigue caminando, cada vez más adentro. Cuando le ha parecido suficiente se hinca para proceder a clavar la estaca como prueba "de su valentía".

Era tiempo de frío y principios del siglo XX, cuando la moda de la época aún dictaba el uso de capas y largos abrigos. Alejandro está a punto de levantarse del suelo cuando sintió que jalaron su capa.

En medio de la oscuridad, no lograba ver quién le estaba jalando y le impedía retirarse. El pánico se apoderó de él y en su nerviosismo no fue capaz de liberarse. Siguió intentando pero lo que sea que lo hubiera agarrado lo tenía bien sujetado y se aferró a él con fuerza.

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Sus latidos se aceleraron violentamente, intentó luchar por su vida pero no podía liberar su capa y comenzó a sentir una fuerte presión en el cuello, lo cual heló su sangre y el miedo lo invadió hasta que su corazón no resistió más y cayó inconsciente.

Sus amigos, seguros de que Alejandro estaba tan ebrio que olvidó la apuesta y se fue a su casa, decidieron retirarse también. Fue el cuidador del panteón quien descubrió su cadáver a la mañana siguiente, con un marcado rictus de terror y su capa clavada al suelo, con una estaca.


El abrazo del muerto, una leyenda del Panteón de Oriente.

Simón Chairez, acaudalado duranguense dedicado al comercio y la minería, era un hombre precavido y organizado. Tenía por escrito el modo en que quería ser honrado al morir, cómo debía ser su velorio, su sepultura y hasta la ropa que debían ponerle llegado el momento.

En este documento expresaba también su deseo de ser enterrado con varias de sus joyas más valiosas. Su traje, desde luego, era nuevo, comprado especialmente para la ocasión y hecho con las mejores telas y de la más alta costura. Sus zapatos, importados. Simplemente su reloj podría sacar de apuros a una familia entera.

Cuando le llegó su hora a don Simón, dos sepultureros notaron la elegancia de su funeral y adivinaron, acertadamente, que "ese muertito" iba a ser sepultado con una fortuna encima, por lo que planearon volver durante la noche y saquear su tumba.

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Reloj, cadenas, anillos, oro, diamantes, rubíes, zafiros y esmeraldas, dicen que había en ese féretro junto a don Simón. Pero la codicia es peligrosa y los sepultureros no se conformaron con las joyas, así que buscaron despojar al cuerpo también de su lujoso traje y sus finos zapatos.

Cuando uno de los sepultureros separó los brazos del muerto, que yacían cruzados sobre su pecho, para retirarle el saco, el cadáver repentinamente cerró los brazos, aprisionando dentro al sepulturero, en un terrorífico abrazo que detuvo su corazón del puro espanto.

Expertos aseguran que se trató de un reflejo natural de los cadáveres, debido al rigor de los cuerpos que ya no viven. Sin embargo, el sepulturero del Panteón de Oriente murió seguro de que había sido abrazado por un muerto.



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