Sin esdrújulas: APOFE...KHE?
Esa madrugada en la que me desperté por enésima vez a las 3:01, y pensé que sin lugar a dudas, era un innegable accionar de todo lo paranormal, única y exclusivamente para mandarme un mensaje.

Esa madrugada en la que me desperté por enésima vez a las 3:01, y pensé que sin lugar a dudas, era un innegable accionar de todo lo paranormal, única y exclusivamente para mandarme un mensaje.
Lo mismo pasó cuando escribía este texto y miré de reojo el reloj y eran las 11:11, por supuesto supe de inmediato que era un poderoso mensaje numérico que me invitaba a pedir un deseo, el cual indiscutiblemente sería concedido por el universo que ha estado pendiente de mí toda la vida.
Por si fuera poco, no habían pasado ni cuatro horas de ese 11:11 cuando, justo en el momento de pensar en una persona, recibí un mensaje de ella por WhatsApp… Obviamente, la invoqué con mi potente pensamiento.
¿Verdad? ¿VERDAD?
En mayor o menor medida a todos nos gusta creer que no estamos al garete solo dando vueltas encima de esta enorme roca que gira en una inmensa nada que además se expanda para ser más inmensa aún.
La neta da miedo.
Y no es, para menos, la sola idea de que seamos un simple accidente geológico o la creación amorosa de un ser supremo que nos dice que podemos decidir, pero nos castiga si no decidimos lo que él quiere, o peor aún, un algoritmo creado por algún genio loco y malvado… definitivamente puede ser aterradora.
Por eso, nos aferramos a buscar explicaciones que nos hagan saber que todo está bajo control… aunque sea, bajo control de un universo o de un dios o de un algoritmo exclusivamente preocupados por nosotros.
Nos convencemos, por ejemplo, de que no estaremos muertos cuando lo estemos, pues realmente iremos a un cielo, a un infierno que nos hemos labrado nosotros mismos.
Nos convencemos también de que si cerramos los ojos fuerte a las 11:11, eso que tanto deseamos pasará porque la carga energética del 1 es indiscutible.
Nos convencemos también de que le llamamos con el pensamiento a esa persona a la que tanto deseamos llamar.
Nos forzamos a buscar patrones o conexiones en las cosas para creer que tenemos el control. Y eso, tiene un nombre: Se llama apofenía y es, básicamente, la acción de fijarnos más en ciertos sucesos si estamos predispuestos a ellos.
Por ejemplo, si estamos pensando en una persona y da la casualidad de que nos llama por teléfono, pensaremos que ambas cosas están relacionadas.
En 1947, el psicólogo Frederic Skinner realizó un experimento que mostró que este asunto de la apofonía también pasa en el reino animal.
Skinner tomó ocho palomas hambrientas y las colocó en una caja, durante unos minutos cada día, un mecanismo alimentaba a las aves a intervalos regulares de 20 segundos.
En poco tiempo, las palomas desarrollaron un comportamiento supersticioso, creyendo que al actuar de una manera particular, o adoptar una determinada postura, la comida llegaría como consecuencia de sus acciones.
Una de las palomas, se convenció de que girando varias veces alrededor de la jaula en sentido contrario a las agujas del reloj conseguiría su alimento… y como eventualmente lo conseguía, pues para ella era obvio que estaba influenciando la entrega de comida con su comportamiento.
Porque, como a nosotros, a las palomas tampoco les gusta creer que lo que está pasando en esa caja o en esa roca que gira en medio de la inmensa nada está fuera de nuestro control.
Spoiler: sí, está… y soporten.