Ya, Matías

Hola qué tal, yo soy Carolina Hernández y este es Sin Esdrújulas, tu micro mini podcast en el que escribo cosas para luego leerlas y conciliar con mi niña interior.

Con quien me ha costado mucho conciliar ha sido con Matías, ese pequeño de 3 años que lloró, gritó y balbuceó durante la hora cuarenta de un vuelo, ante la indolencia de su madre, pero más de su padre, que -aunque presente- estaba más ausente que el mío.

Indolencia digo porque su manera de ayudar a su criatura nunca pasó de un “Matías, por favor. Matías, 5 minutos plis”, “Matías…”

Y no, no estoy juzgando la manera de crianza de esas personas porque ni las conozco ni tengo desendencia, estoy tratando de resolver en voz alta dónde ponemos los límites si es que vamos a comenzar a ponerlos y quién va a decidir cuándo son necesarios y cuándo nos estamos pasando de lanza.

Y no, no soy “niñofóbica”, ese término aberrante que se lanza con absurda ligereza. A mi los niños no me dan miedo. No me causan ningún temor fuerte e irracional.

Me parecen personitas increíbles que casi siempre reciben trato por demás condescendiente. Pero tampoco voy a hablarles de eso porque no es ni el lugar ni el momento.

Pero cada vez es más común que se exija a las infancias que actúen como adultos en espacios públicos. Yo lo hago constantemente. Después del minuto 45 de los balbuceos a todo pulmón de Matías, por supuesto que pensé en ese tren español que tiene un “vagón del silencio” en el que no pueden viajar personas menores de 12 años.

Vivimos en una sociedad adultocéntrica, eso sí, que niega las necesidades de las infancias. Que nos lleva a anteponer nuestras necesidades y deseos por encima de las niñas, niños, adolescentes e incluso personas mayores.

Cada vez creamos más espacios “libres de niños” a la par de que, paradójicamente, cada vez hay más espacios “pet friendly”.

Tampoco voy a entrar a ese agujero de conejo.

Pero esta situación sí me puso a pensar mucho en qué tan inclusiva quiero ser y qué tan incongruente soy, porque abogo fuertemente porque los espacios tengan, por ejemplo, el banquito que mi querida Cintia Molano solicita para las personas de talla pequeña, rampas para las personas con diversidad motriz, braile para los ciegos, asientos más amplios para las personas que habitan un cuerpo gordo…. pero cuando Matías comenzó a gritar, y siguió gritando quise que cancelaran todos los vuelos con niños en el mundo.

Esther Vivas, autora de ‘Mamá desobediente’ asegura que una sociedad inclusiva y saludable debería ser aquella accesible a todos los colectivos sociales y en esos colectvos están las infancias.

El problema es cuando diseñamos todo de una manera excluyente abrazando solo lo hegemónico que hemos normalizado.

Los espacios pensados únicamente para adultos hegemónicos reflejan una desconexión preocupante y egocéntrica.

Las infancias todo el tiempo reciben mensajes sociales de que sobran, sobran en los restaurantes, en las bodas, en el transporte, en el cine, en los aviones…

Y por supuesto que cuando hablo de la indolencia de los progenitores de Matías lo hago con plena conciencia de que no imagino que ese día, padre y madre de la criatura se subieron al avión pensando lo bien que la iban a pasar incomodando al resto de los pasajeros.

Asumo que no.

Pero no quiero restarles responsabilidad por que me tuve que tragar 90 minutos de su retoño gritando. Algo de incumbencia han de tener.

Lo que sí es que durante ese tiempo, con los gritos de fondo, me cuestioné por qué quiero que las infancias no tengan rabietas y que sepan gestionar sus emociones desde que cumplen un año cuando a mi me cuesta tanto tener responsabilidad afectiva.

Pero entonces ¿debemos dejar que los niños se acerquen a nosotros?

No lo sé… ¿ustedes que piensan?