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El mundial de fútbol es una herramienta politica
En política, como en el fútbol, hay partidos que se juegan en la cancha y partidos que se juegan en las oficinas presidenciales...
En política, como en el fútbol, hay partidos que se juegan en la cancha y partidos que se juegan en las oficinas presidenciales. Y el sorteo inaugural de la Copa del Mundo 2026 fue exactamente eso: un partido de poder, diplomacia y narrativa… disfrazado de ceremonia deportiva.
A veces olvidamos que el fútbol es, junto con la Iglesia, una de las estructuras donde mejor se administra el poder: jerarquías rígidas, decisiones verticales, pactos discretos, vetos silenciosos y una capacidad de mover millones de personas con una sola señal. No es casualidad que mi columna se llame Esfera Política: el balón, igual que el poder, siempre está en disputa… y siempre rueda hacia donde más conviene.
Infantino es un estratega que sabe jugar perfectment a dos bandas. Si alguien ha demostrado entender eso, es Gianni Infantino, el actual presidente de la FIFA.
Infantino es el líder que sabe leer el partido político mejor que nadie: cuando conviene, se planta firme ante ciertos gobiernos; cuando conviene más, se rinde ante ellos con absoluta elegancia. Lo hizo con los países árabes en la Copa pasada. Lo volverá a hacer dentro de dos Mundiales, nuevamente en tierras árabes. Pero hoy su plan táctico se juega en otra cancha: Estados Unidos.
A la FIFA le urge, abrir, consolidar y dominar el mercado estadounidense. Es un gigante económico que durante décadas ha sido indiferente al fútbol. Pero ahora, con el poder político de Donald Trump vigente y con una nación dispuesta a convertir cada evento en espectáculo global, Infantino encontró la oportunidad perfecta.
El sorteo parecía más un acto de diplomacia que un evento deportivo.
Para abrir los bombos no llamaron a leyendas del fútbol ni a figuras históricas del deporte. Llamaron a los tres jefes de Estado de Norteamérica:
– Canadá
– México
– Estados Unidos
Y el momento fue tan forzado como un penal mal marcado en el minuto 93. Un cuadro político que nadie esperaba, una foto que ningún organismo internacional había logrado… excepto la FIFA.
Ni la ONU, ni la OEA, ni las cumbres trilaterales lograron reunir a esas tres figuras en un solo escenario.
El fútbol sí.
Ese es el tamaño del poder que muchos aún subestiman.
Quien crea que esto fue solo “el sorteo de la Copa”, vive en fuera de lugar.
El fútbol mueve más masas que cualquier religión organizada, tiene más agremiados que las instituciones multilaterales y dicta la agenda mediática con una facilidad que ya quisieran todos los gobiernos.
La política entendió hace tiempo que si controlas el balón, controlas a la audiencia.
Y la FIFA entendió que si controlas la audiencia, controlas a los gobiernos.
Por eso Infantino ya no solo es el presidente del fútbol mundial; es un operador político global, un interlocutor cómodo para los poderosos y un aliado perfecto para quienes necesitan reflectores internacionales sin tener que convocar una cumbre diplomática.
El sorteo del Mundial 2026 fue la prueba perfecta. El fútbol no solo une países; también los sienta, los exhibe y los alinea. Y mientras los mandatarios norteamericanos aparecieron sonrientes para sacar bolitas de un bombo, Infantino metió gol de media cancha: demostró que la FIFA sigue siendo la organización más influyente del planeta después de las grandes potencias económicas y religiosas.
En la cancha del poder mundial, Infantino no es árbitro ni jugador: es el dueño del balón.
Y quien tiene el balón, decide cómo se juega el partido.





