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Hugo Ontiveros
La esfera política
Por: Hugo Ontiveros

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Lo que está bien, está mal

A lo largo de estos años, como consultor político, he tenido la oportunidad de recorrer muchos estados de mi país...

A lo largo de estos años, como consultor político, he tenido la oportunidad de recorrer muchos estados de mi país. Desde el norte hasta el sur, cada región de México me ha mostrado un rostro distinto, una idiosincrasia particular y un modo único de relacionarse con la política. Evidentemente, como regiomontano, reconozco que tenemos características que nos hacen únicos: nuestra franqueza, nuestro pragmatismo y esa obsesión por la eficiencia que nos distingue. Pero conforme uno amplía el horizonte, se da cuenta de algo fundamental: México no es un solo México. México son muchos Méxicos. Y si damos un paso más allá, Latinoamérica no es una sola Latinoamérica, sino muchas.

Sin embargo, entre tanta diversidad hay un hilo conductor que une a nuestras sociedades: la incongruencia. Esa contradicción permanente entre lo que decimos valorar y lo que en realidad practicamos. Por eso titulo esta columna con una frase que resuena con fuerza en mi cabeza: “Lo que está bien, está mal”.

En México, la política está mal. Eso lo escucha uno en cada sobremesa, en cada plática de café, en cada rincón del país. Y cuando me preguntan por qué, siempre termino en la misma respuesta: porque nuestra sociedad está mal. No se trata de un juicio moral ni de un dedo acusador, sino de un espejo. La política no es un ente aislado; es el reflejo de lo que somos como comunidad.

Vivimos en una sociedad donde hablar con la verdad se castiga, donde decir las cosas por su nombre incomoda y por lo tanto “está mal”. En cambio, callar, disfrazar, simular, se premia porque “no hace olas”. Hacer lo correcto suele interpretarse como ingenuidad; en cambio, transar, negociar por debajo del agua, sacar ventaja, se aplaude como astucia. Mentir, engañar o manipular se normaliza porque “así son las cosas”. Y llevarse un peso a la bolsa, aunque sea con alevosía, se disfraza de “oportunidad”. Lo que está bien, en nuestra lógica social, termina siendo una desventaja. Lo que está mal, se convierte en la norma.

Hace poco reflexionaba al ver los programas de reality show que abundan en la televisión mexicana. Muchos creen que se trata solo de entretenimiento ligero, pero en realidad son un espejo de lo que como sociedad validamos. La exaltación del chisme, el pleito, la mentira, el drama exagerado, son parte de un menú que consumimos con gusto.

Mientras tanto, los verdaderos logros —que un joven mexicano gane un premio internacional de matemáticas, que una científica lidere investigaciones de primer nivel, que un artista destaque en el extranjero— pasan casi desapercibidos. Eso no vende. Eso no llena titulares. Lo que sí llena titulares es el escándalo, la droga, la vulgaridad, el arrabal.

La pregunta obligada es: si nuestra sociedad premia el conflicto y castiga el mérito, ¿qué podemos esperar de la política?

No podemos exigir un gobierno correcto cuando como sociedad normalizamos lo incorrecto. Al final del día, quienes gobiernan no vienen de otro planeta: son ciudadanos que crecieron en los mismos barrios, estudiaron en las mismas escuelas y absorbieron las mismas costumbres que el resto de nosotros.

Sí, existen excepciones, personas que rompen el molde y que verdaderamente buscan hacer las cosas bien. Pero la masa colectiva termina imponiéndose: los vicios, las prácticas corruptas, la visión cortoplacista, terminan por arrastrar incluso a los mejores. Y ahí es cuando confirmamos, con dolor, que lo que está bien se convierte en un obstáculo, y lo que está mal en la regla de oro.

No se trata de resignarnos ni de quedarnos en la queja. Esta columna no busca hundirse en el pesimismo, sino encender una reflexión necesaria. Si como sociedad seguimos usando como bandera la frase “lo que está bien está mal”, estamos condenados a repetir una y otra vez los mismos errores.

El reto está en revertir esa lógica. En que hablar con la verdad deje de ser visto como una imprudencia y se convierta en una virtud. En que el mérito y la excelencia sean reconocidos y celebrados. En que la honestidad no sea sinónimo de ingenuidad, sino de carácter.

El cambio no llegará únicamente desde la política, porque la política es reflejo. El cambio tiene que gestarse en la base social, en cada familia, en cada escuela, en cada empresa, en cada calle. Solo así, cuando lo correcto deje de ser castigado y lo incorrecto deje de ser aplaudido, podremos construir un país distinto.

“Lo que está bien, está mal” no debería ser nunca un estandarte nacional. Al contrario, debemos aspirar a que lo que está bien siempre esté bien, y lo que está mal sea rechazado de manera natural. Porque mientras esa lógica invertida siga dominando nuestra vida cotidiana, cualquier intento de cambio político será, en el mejor de los casos, un espejismo.

México tiene muchos Méxicos, sí. Pero en todos ellos hay una constante: la necesidad urgente de reconciliar nuestros valores con nuestras acciones. De lo contrario, seguiremos viviendo en el país de la contradicción, donde el mérito se oculta y la trampa se celebra. Y ese, sin duda, es el verdadero mal que debemos combatir.


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