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Vuelve la derecha a latinoamérica…
La victoria de la derecha en Chile el pasado fin de semana no es un hecho aislado, es una señal.
La victoria de la derecha en Chile el pasado fin de semana no es un hecho aislado, es una señal. Una más. Una ficha adicional en un tablero latinoamericano que, poco a poco, empieza a cambiar de color. Y no, no se trata de una “ola” espontánea ni de un capricho electoral; es consecuencia directa de procesos políticos mal cerrados, expectativas sobredimensionadas y realidades sociales que terminaron cobrando factura.
Chile llama poderosamente la atención no solo por el resultado, sino por la forma. En un continente acostumbrado al grito, al descalificativo y a la polarización permanente, ver a Gabriel Boric y al presidente electo, José Antonio Kast, intercambiar mensajes públicos de respeto, felicitación y reconciliación no es menor. Es, de hecho, una clase política de alta gama. Sin estridencias. Sin insultos. Sin discursos incendiarios. Con institucionalidad.
Y eso, en América Latina, hoy es casi revolucionario.
Mientras en otros países la derrota se niega, se acusa fraude o se busca incendiar la calle, en Chile se reconoció el resultado, se cuidó la estabilidad y se mandó un mensaje claro: la democracia no se rompe cuando se pierde. Se fortalece.
Chile no llega solo a esta conversación. Antes estuvieron Argentina, con un voto de hartazgo económico; Paraguay, con una derecha que supo reorganizarse; Ecuador, con una elección marcada por la seguridad; Bolivia, con una izquierda desgastada y fracturada; y ahora Chile, donde el progresismo gobernante no logró conectar con las urgencias cotidianas. Y Honduras está en la antesala…
No es una “derecha clásica” la que avanza. No necesariamente conservadora en lo moral ni autoritaria en lo político. Es, más bien, una derecha que capitaliza el desencanto, el cansancio social y la percepción de que muchas izquierdas llegaron al poder con discurso épico… pero gobernaron con torpeza, improvisación o desconexión.
La narrativa cambió. Ya no gana quien promete transformar el sistema, sino quien promete ordenar la casa.
¿Por qué están pasando estos cambios?
Porque gobernar es más difícil que ganar elecciones.
Porque la ideología no paga la renta.
Porque la inflación, la inseguridad y el empleo pesan más que los discursos identitarios.
Muchas izquierdas latinoamericanas se enamoraron del relato y descuidaron la gestión. Confundieron militancia con gobierno, causa con política pública y polarización con liderazgo. El resultado es visible: electorados que no se volvieron de derecha por convicción ideológica, sino por hartazgo funcional.
La derecha entendió algo clave: hablar menos y prometer menos, pero con mensajes claros, simples y ejecutables.
Lo ocurrido en Chile deja una lección que va más allá del espectro ideológico: la civilidad política también comunica. El mensaje de Boric reconociendo la derrota y el discurso del presidente electo apostando por la reconciliación nacional contrastan brutalmente con otros escenarios latinoamericanos donde perder es sinónimo de confrontar.
Chile mostró que se puede competir duro y gobernar con altura. Que se puede perder sin incendiar el país. Que la democracia también se defiende desde la moderación.
LO QUE VIENE…
El péndulo latinoamericano sigue en movimiento. Nada es definitivo. La derecha hoy gana terreno, pero también tiene un reto enorme: no repetir los errores del pasado, no gobernar para unos cuantos y no confundir orden con autoritarismo.
Si algo está claro es que la conversación política en la región ya cambió. La gente ya no compra promesas grandilocuentes. Compra estabilidad, resultados y certidumbre. Y en ese terreno, hoy, la derecha está sabiendo jugar mejor. Por ahora.




