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Mi cerebro de mujer


Por:Carolina Hernández

Hola, ¿qué tal?, yo soy Carolina Hernández y este es Sin Esdrújulas, tu micro mini podcast en el que escribo cosas que solo me ves leer para desmitificar a tu cerebro.

Y hoy quiero contarles que el fin de semana platiqué con un extraño en Twitter, quien —por más extraño que parezca— estuvo dispuesto a abrir un diálogo sobre el patriarcado y cómo también a los hombres les ha impuesto una carga, sobre todo emocional.

Aunque reconoció el impacto del sistema patriarcal, uno de sus argumentos estaba enfocado en que el cerebro de los hombres y las mujeres era, de por sí, distinto. Ahí me quiero enfocar con mi cerebro de mujer.

Durante siglos nos han vendido la idea de que existen dos tipos de cerebros: uno masculino, lógico, frío, orientado al poder; y otro femenino, emocional, delicado, orientado al cuidado.

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Nos lo han dicho los libros, los anuncios de shampoo, los estudios financiados por alguien blanco y rico, e incluso la ciencia cayó durante años en esa trampa.

Sin embargo, no existe tal cosa como un cerebro masculino y uno femenino.

Pero la neurocientífica Daphna Joel analizó más de mil cuatrocientos cerebros y encontró que la inmensa mayoría no pueden clasificarse como “masculinos” o “femeninos”.

Lo que sí existe son diferencias cerebrales que se desarrollan en interacción constante con el entorno social.

¿Qué significa eso?

Que nuestro cerebro es el resultado de todo lo que hemos vivido, todo lo que nos han dicho que somos, que podemos o que no podemos hacer.

Nuestros cerebros se moldean como arcilla en manos del entorno desde la niñez.

Es decir, las diferencias que tienen nuestros cerebros no son biológicas sino sociales. Roles de género, o sea, sistema patriarcal.

A las niñas nos dicen que somos lindas, tiernas, que debemos cuidar muñecas y no ensuciarnos el vestido. A los niños les dicen que llorar es de débiles, que hay que aguantar, que hay que ser el hombre de la casa incluso cuando tienen cinco años y ni siquiera pueden limpiar su propio moco.

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Nos asignan colores, juguetes, roles y emociones aceptables desde nuestros primeros días. Estas diferencias modelan qué áreas del cerebro se activan y desarrollan.

Y no es una cuestión natural o biológica. Es en realidad un entrenamiento encubierto. Y ese entrenamiento va esculpiendo nuestro cerebro: refuerza unas redes, apaga otras, nos empuja a sentirnos cómodas o incómodas en ciertos espacios.

No es que los hombres no lloren porque su cerebro no puede procesar la tristeza; es que nadie les enseñó cómo. O peor: se los prohibieron.

A los hombres se les desalienta el llanto o la vulnerabilidad, lo cual no es producto de diferencias cerebrales sino de normas patriarcales.

Y así vamos por la vida, cargando heridas emocionales que creemos personales, pero que son profundamente estructurales. Hombres que no saben cómo pedir ayuda sin sentir que traicionan su masculinidad. Mujeres que se sienten culpables por poner límites, por priorizarse, por alzar la voz.

Pero nada de eso está en nuestro cableado de fábrica. Está en las instrucciones sociales con las que nos criaron. Porque, spoiler alert: el cerebro no viene en rosa o en azul, pero viene con mucha influencia del contexto.

Así que la próxima vez que alguien te diga “es que así son los hombres” o “las mujeres son naturalmente más emocionales”, acuérdate: eso no es biología, es guion. Uno muy viejo, escrito por un sistema que no nos sirve ni a ellos ni a nosotras.

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