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Cuando servir se vuelve la misión
Crear Fundación POSTA es la decisión explícita de convertir el servicio en una misión. Cuando una empresa se asume como verbo, el reto ya no es decir, sino hacer: escuchar, acompañar y servir.
Hay noches que son un buen escenario… y hay noches que son un parteaguas. La presentación de Fundación POSTA se pareció más a lo segundo. No porque hubiera reflectores, invitados o discursos emotivos, como muchos eventos, sino porque ahí se dijo en voz alta algo que cambia la forma en la que esta casa se mira a sí misma: dejar de ser sólo medio y asumir que también puede y debe ser herramienta.
POSTA nació contando historias. Ahora, con la fundación, se mete a un territorio más cercano: el de involucrarse en ellas. Pasar del “dar cobertura” al “dar acompañamiento”. Dejar la comodidad de la redacción para entrar en la complejidad de las comunidades, donde las cosas no se resuelven en un hilo de X ni en un video de treinta segundos.
En el escenario se habló de un “acto de amor”. Y sí, suena bonito, pero en la práctica el amor tiene menos glamour: trabajo bajo el sol, madrugadas, visitas a lugares donde casi nadie quiere ir, decisiones sobre dónde enfocar los esfuerzos. Ese amor no es de foto; es de trabajo. No se mide en likes, se mide en cuántas veces vuelves al mismo lugar aunque ya no haya cámaras.
En un país tan golpeado por el cinismo, una nueva apuesta con carga social, de entrada nos renueva la esperanza de que los buenos de este país -que sin duda somos los más-, incidimos para cambiar para bien nuestras comunidades.
Grupo POSTA apuesta su credibilidad fuera del espacio donde se presentó, se la va a jugar en los barrios, en las escuelas, en los municipios donde hay urgencia de una oportunidad. Ahí es donde una fundación pondrá sus esfuerzos.
También hay una coincidencia personal que no puedo dejar de ver. Llevo años moviéndome entre medios de comunicación y trabajando en organizaciones que buscan cambiar pedacitos de realidad desde el voluntariado. Sé lo fácil que es contar la historia del otro… y lo difícil que es mantenerse cuando las necesidades son muchas. Por eso esta decisión de POSTA me interpela doble: como periodista y como alguien que también cree que servir no es un accesorio, sino una forma de estar en el mundo.
Fundar desde un medio tiene implicaciones que no se pueden adornar: obliga a revisar cómo contamos la pobreza y la desigualdad, obliga a no usar el dolor ajeno como contenido, sino como punto de partida para tender puentes con quienes sí pueden aportar soluciones, y obliga a preguntarnos si las historias que subimos todos los días están construyendo empatía.
Hay otro nivel, más íntimo: el del legado. Cuando una familia decide que su herencia no será sólo un grupo empresarial o una marca reconocible, sino una estructura que acompaña a niñas, niños y jóvenes que hoy están fuera del mapa del privilegio, la conversación cambia. Ya no se trata sólo de “qué tan grande crecimos”, sino de “a quién trajimos con nosotros mientras crecíamos”.
No idealizo, pero sí prefiero una empresa que se arriesga a entrar en esa zona gris de la realidad, a una que permanece cómoda en el territorio seguro de la neutralidad. Porque la neutralidad, en contextos de tanta desigualdad, también es una postura.
Al final, lo que me deja esta primera noche de Fundación POSTA es una frase sencilla: aquí se decidió que no basta con contar lo que pasa; hay que asumir que lo que contamos también nos compromete.
Si dentro de unos años podemos mirar atrás y decir que, gracias a esta fundación, algunas historias cambiaron de destino, entonces sabremos que aquel “acto de amor” no fue una metáfora de evento, sino el momento exacto en el que esta empresa decidió, de verdad, servir.




