Violencia estética: el mandato de “arreglarnos” y sus consecuencias
Como si nuestra cara de siempre, nuestra piel recién lavada, nuestro cabello como es, fueran una falta de respeto para el mundo exterior.
Arréglate, que vas a salir. La frase es tan simple y cara cuando le pones atención.
Arréglate.
Como si algo estuviera mal en nosotras así tal cual.
Como si nuestra cara de siempre, nuestra piel recién lavada, nuestro cabello como es, fueran una falta de respeto para el mundo exterior.Como si existir al natural fuera un acto de descuido.
¿Qué es la violencia estética?
Se llama violencia estética y se ha colado en nuestras vidas por años en comentarios aparentemente inofensivos, porque es una violencia cotidiana, normalizada y profundamente arraigada.
Nos la enseñaron como educación, como cortesía, como deber. Pero no es cortesía cuando duele.
Acá te contamos, a profundidad, quién la sostiene y por qué aún no la nombramos lo suficiente.
Pero a ver ¿Qué es la violencia estética?
La violencia estética es la imposición de un modelo corporal, racial y facial que exige, condiciona y castiga a quienes no encajan.
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Es una violencia que condiciona la autoestima, la salud mental y las decisiones médicas de millones de mujeres.
Es estructural, no individual.
Y aunque todos los cuerpos pueden ser objeto de discriminación estética, las mujeres son sus principales víctimas.
Desde niñas nos enseñan que el valor está en cómo nos vemos.
Que nuestra ropa, nuestra cara, nuestro cuerpo, nuestro cabello es una carta de presentación, y la belleza una obligación.
Al menos intentarlo.
La violencia estética no es una exageración: es la imposición sistemática de un ideal que se cobra con ansiedad, cirugías innecesarias, hambre disimulada, adicciones disfrazadas de disciplina.
En 2012, la doctora en Ciencias Sociales Esther Pineda conceptualizó este fenómeno a través de la publicación de su libro “Bellas para morir. Estereotipos de género y violencia estética contra la mujer”, y definió como Violencia Estética la presión a la que son sometidas las mujeres para responder a la expectativa y exigencias de belleza.
En nuestra sociedad se concibe a las mujeres como un objeto de consumo. Hay una enorme presión social por “ser bonita” -lo que sea que eso signifique- y se da desde el nacimiento.
Porque ese mandato no nace en la adultez. Comienza en la infancia. Desde el minuto uno de nacer, las niñas somos valoradas por nuestra apariencia.
Los ojos, la piel, el cuerpo, nuestro “potencial” para ser bonitas.
Luego vendrán las dietas a los diez años, el primer delineador a los doce, el miedo al acné a los trece, la culpa por no gustar a los catorce.
Y así, hasta la adultez, cuando el mandato cambia de forma pero no de objetivo: "no envejecer”, lo que orilla a muchas mujeres someterse a tratamientos estéticos que a veces pueden poner en riesgo su salud e incluso su vida.
En 2022, en todo el mundo más de 9 millones de mujeres se realizaron algún tipo de procedimiento con bótox.
Eso representó un aumento del 26.1% con respecto a 2021, y según datos de la OMS un 9% de la población mundial sufre algún tipo de trastorno por conducta alimenticia, lo que equivale a unos 70 millones de personas.
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En 2004 Dove realizó su primer estudio sobre la Belleza Real el cual reveló que sólo el 2% de las mujeres en todo el mundo se consideran bellas y el 75% de las niñas entre 8 y 12 años se sienten mal consigo mismas después de ver imágenes de modelos en revistas, según un estudio de la Universidad de Florida.
Además, el 80% de las mujeres aseguró que las imágenes en los medios de comunicación les generan inseguridades sobre sus propios cuerpos.
Y acá un dato espeluznante: México se encuentra entre los países con más cirugías estéticas realizadas en adolescentes, según la Sociedad Internacional de Cirugía Plástica Estética.
Y es que en este país 5 de cada 10 niñas y mujeres han sido discriminadas por su tono de piel, su peso o su forma de vestir, de acuerdo con el Informe de Discriminación 2021.
La violencia estética nos hace creer que somos nosotras, nuestros cuerpos y nuestras facciones, nuestra ropa lo que está mal.
Nos hace sentir incluso culpables de no encajar en los modelos aceptados, nos hace sentir vergüenza, nos hace creer que hay estéticas mejores que otras. Y por supuesto que nos compramos esa idea.
Lo más perverso de la violencia estética es que logra convencernos de que somos nosotras el problema. Que es nuestro cuerpo el que está mal. Que nuestra nariz, nuestra panza, nuestra piel, son un error corregible. Y si no queremos “corregirlo”, entonces no estamos haciendo “lo mínimo”.
Y claro que las tendencias en redes sociales reafirman este retroceso.
Instagram, TikTok y Snapchat son vitrinas inagotables de estándares imposibles: piel sin poros, ojos grandes, cinturas mínimas, dientes perfectos, rostros simétricos. Y todo envuelto en filtros, retoques y “glow ups”.
Todo este asunto de la estética clean, los filtros para una piel perfecta, e incluso aquellos que modifican cuerpos para una cintura más pequeña, perpetúan una vez más la idea de que la belleza solo es blanca, delgada, joven y muy parecida a la europea.
Y esa estética se reproduce con likes, duetos y algoritmos que invisibilizan a quienes no encajan.
Y no, esto no es vanidad, es sistema.
Es la ausencia de representación.
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Las mujeres que vemos en los medios no se parecen a nuestras vecinas, tías, amigas. En las series, las novelas, los comerciales y las películas, la protagonista tiene un solo tipo de cuerpo, de piel, de nariz, de cabello.
¿De qué color es el cabello de la niña rica de la casa?
¿De qué color es la trabajadora que limpia la casa de esa niña rica?
¿De qué tamaño es el cuerpo de la muchacha que todos pretenden?
¿De qué tamaño es el de la que solo está ahí para apoyar y contar chistes?
Las viste en tu mente, ¿verdad?
Esa ausencia de representación también es violencia estética. Nos borra. Nos margina. Nos dice, sin palabras, que nuestro cuerpo no merece protagonizar.
La representación de cuerpos, rostros, colores y cabellos diversos es importante para poder combatir esa violencia estética que nos exige ciertas maneras de lo que se espera sea y se vea una mujer.
Que nos hace sentirnos mal con nuestros cuerpos y nuestra apariencia.
Porque esto no es un problema individual, es un problema social.Y no se trata del discurso de “ámate a ti misma” porque aunque bienintencionado, es insuficiente.
Porque no es falta de amor propio, es exceso de violencia estructural.
Amarnos es difícil cuando el mundo insiste en odiarnos por no cumplir con su estándar. No basta con decir “yo me quiero así” si el sistema te responde: “no deberías”.
No basta el amor propio, se debe cambiar la forma en que las personas y en particular las mujeres somos vistas y tratadas socialmente por nuestra imagen y corporalidad.Eso implica comenzar a erradicar chistes, no compa, no da risa tu chiste gordofóbico.
También replantearnos los comentarios y juicios que hacemos sobre la imagen y los cuerpos de otras personas en el ámbito familiar, en las relaciones de pareja, en la escuela en el trabajo;
Hay que exigir a los medios de comunicación mayor diversidad corporal, de edad, étnico-racial en sus narrativas y representaciones; incentivar la discusión de estos temas en los espacios en los que hacemos vida y colectivizar la experiencia.
Para combatir la violencia estética se necesita más que afirmaciones en el espejo. Se necesita: Diversidad real en los medios, no como cuota, sino como decisión editorial, se necesita educación en corporalidades diversas.
Además, hay que incluir la violencia estética en las leyes como forma específica de violencia simbólica.
En 2023, las entonces senadoras de Morena, Antares Vázquez y Citlalli Hernández propusieron una reforma a la Ley general de acceso de las mujeres a una vida libre de violencia en la que se pedía tipificar la violencia estética como un delito. Sin embargo, actualmente solo Guanajuato y Yucatán lo hacen, mientras que en Tamaulipas ha presentado algunas iniciativas para reformar su ley local y en Veracruz también analiza su inclusión.
La violencia estética no solo vive en los comerciales y en los quirófanos: vive en nuestras casas, en nuestras conversaciones, en los chistes, en las comparaciones entre hermanas, en las recomendaciones no pedidas, en la presión para gustar. Y sí, todas hemos dicho “arréglate” con la mejor intención.
Pero es hora de entender qué implica esa palabra, a quién se le dice, por qué, y para quién nos “arreglamos”. Porque tal vez no se trata de “arreglarnos”, sino de desarreglar al mundo que nos quiere encajonadas, maquilladas, delgadas, sumisas y agradecidas.