¿Por qué nos preocupamos?

Hola qué tal, yo soy Carolina Hernández y este es Sin Esdrújulas, tu micro mini podcast en el que escribo cosas para no preocuparme.

¿Por qué nos preocupamos?

Pero primero ¿Qué es preocuparse?

Estar preocupado es estar ocupado en algo antes de que eso suceda. Hay muchos estudios que revelan que hasta el 85% de las preocupaciones que tenemos no se hacen realidad. Pero cuando la idea de que debemos preocuparnos por algo se nos instala en la chompa esa cifra no importa.

El hecho de anticiparnos a posibles problemas futuros podría estar grabado en nuestro ADN. Y es que la preocupación es una de las emociones más comunes y persistentes en la experiencia humana. Surge, en gran parte, como una forma en la que el cerebro intenta anticipar amenazas y preparar respuestas ante posibles peligros.

Desde una perspectiva evolutiva, preocuparse tenía sentido; prever un riesgo podía marcar la diferencia entre sobrevivir o no. Resulta que en la primitiva los seres humanos teníamos que enfrentarnos a miedos reales y potenciales como el posible ataque de un depredador y ser consciente de ese peligro era una forma de garantizar la supervivencia.

Nuestro cerebro es muy primitivo en muchas cosas, sí sí unos cerebros son más primitivos que otros pero no estamos hablando del senado. Estudios de neurociencia han revelado cómo funciona este mecanismo.

La amígdala, que es una estructura cerebral clave en el procesamiento del miedo, se activa ante estímulos que interpretamos como amenazas, incluso si solo están en nuestra imaginación. Al mismo tiempo, la corteza prefrontal, encargada del razonamiento y la planificación, colabora en construir escenarios posibles —la mayoría de las veces negativos— que alimentan el ciclo de preocupación.

Según investigaciones del Centro de Neuroimagen de la Universidad de California, este circuito entre la amígdala y la corteza prefrontal puede volverse hiperactivo en personas propensas a la ansiedad, generando una tendencia a "rumiar" pensamientos sin resolución. Lo más paradójico es que la preocupación rara vez resuelve aquello que teme.

Porque esa es la trampa: la mente se ocupa de lo que aún no ha sucedido, construyendo un futuro hipotético que rara vez se materializa como se imagina. Pero entonces, por qué, es tan difícil dejar de preocuparse?

Parte de la respuesta está en el refuerzo psicológico que obtenemos. El simple acto de preocuparse puede darnos una sensación —falsa pero poderosa— de que tenemos control de algo.

Pensamos que, al anticipar los problemas, podremos prevenirlos. Sin embargo, lo que hacemos en realidad es quedarnos atrapados en un ciclo de anticipación y angustia que bloquea la acción y el bienestar.

Pero hay salida.

La neurociencia también nos muestra que el cerebro tiene plasticidad: es decir, que  puede aprender nuevas formas de responder. Conectar caminos de diferente manera. Podemos meditar, podemos hacer escritura reflexiva y ir a terapia, cantar… esas son cosas que han demostrado reducir la actividad de las áreas cerebrales asociadas con la preocupación y fortalecer las redes que promueven la calma y la atención al presente.

“La preocupación pretende evitar el sufrimiento del mañana, pero lo que hace es crear sufrimiento hoy.”

O sea que ni de la reforma judicial vale la pena preocuparse ya. Pero ojo, dejar de preocuparse no significa volverse indiferente, sino elegir confiar. Confiar en que seremos capaces de enfrentar los desafíos cuando lleguen, sin desgastarnos antes de tiempo.

La preocupación es humana, sí. Pero también lo es la capacidad de soltar, de respirar, de volver al momento presente. No se trata de no preocuparnos por nada, sino de aprender a vivir en la vida que ocurre aquí, y ahora.

¿A ti qué te preocupa?