Estos 4 mitos y leyendas de BCS no te las enseñan en rutas turísticas
¿Sabías que en Baja California Sur existen relatos orales que hablan de seres inmortales, batallas cósmicas y criaturas que aún inquietan a pescadores?

En la península más larga de México, viven mitos que explican el origen de las cosas, el equilibrio del mundo y los miedos más profundos.
Entre voces indígenas, relatos de pescadores y símbolos ocultos en las montañas, aquí reunimos cuatro leyendas que aún se narran en voz baja.
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Según la mitología kumiai o tipai-ipai, Maija Awi era una serpiente inmensa que habitaba las aguas de Baja California. Dentro de su cuerpo se contenía todo el conocimiento ancestral: medicina, arte, canciones y saberes del mundo natural. Era un ser sagrado, al que los pueblos acudían en busca de guía.
Cada vez que emergía, era bienvenida por los indígenas que le ofrecían alimentos a cambio de su enseñanza. Se dice que un día Maija Awi consumió más ofrendas de las que debía y murió.
Para evitar que ese saber muriera con ella, los ancianos decidieron incinerarla y dejar que el viento dispersara sus cenizas por toda la península. Así, el conocimiento se volvió parte de la tierra misma.
En la tradición popular de pescadores de Baja California Sur, el pejesapo también pez sapo o rana, es una criatura grotesca y temida. No mide más de un metro, pero su sola presencia puede helar la sangre, su cuerpo hinchado (5–40 cm, a veces hasta 1 m) se camufla en las rocas y supuestamente acecha las lanchas.
El pejesapo, un pez con aspecto grotesco, se convirtió en leyenda entre los pescadores de la península. Algunos juran que los ha visto acercarse a las lanchas por la noche, sacando la cabeza del agua emitiendo sonidos extraños como si quisiera hablar.
Los pescadores dicen que puede traer mala suerte si lo capturas. Aunque no hay registros de agresiones reales y la ciencia lo describe como una especie inofensiva, su sola presencia deja “mudos de horror” a quienes lo avistan.
Se le teme no por lo que hace, sino por lo que representa: lo desconocido que habita justo debajo de la superficie.
Los antiguos pericúes creían que en el cielo habitaba Niparajá, un ser supremo que creó el cielo, la tierra y el mar. Era el dador de la vida, quien obsequió a los humanos las pitahayas, los peces, los árboles y todos los bienes necesarios para habitar este mundo agreste entre desiertos y costas.
Su figura estaba unida a la de Anajicojondi, su esposa espiritual, con quien tuvo tres hijos sin contacto carnal, ya que ella carecía de cuerpo.
Uno de esos hijos fue Cuajaip, a diferencia de su padre, Cuajaip caminó entre los hombres, vivió como ellos y los adoctrinó. Tenía el poder de entrar debajo de la tierra y crear nuevos seres humanos.
Sin embargo, los hombres se rebelaron, lo traicionaron y lo asesinaron, atravesándole la cabeza con un ruedo de espinas, símbolo de su dolorosa caída.
El misionero jesuita Miguel del Barco documentó que los pericúes creían que el cuerpo de Cuajaip aún se conservaba como dormido, emanando sangre constantemente. A su lado, permanecía un tecolote que le hablaba, como si aún velara por su descanso o le recordara su misión inacabada.
En el mismo cielo donde habitaba Niparajá, vivía también un espíritu maligno, llamado Tuparám o Bac, en otras versiones. Este ser oscuro se conjuró contra el creador, desatando una guerra de proporciones cósmicas.
Finalmente, Tuparám fue derrotado y encerrado junto con sus seguidores en una cueva junto al mar. Para asegurarse de que nunca escaparan, Niparajá creó a las ballenas como guardianas eternas del umbral.
Quienes morían en guerra no iban al cielo, sino que sus almas eran enviadas a la cueva de Tuparám, condenadas a compartir el destino del caos.
Los pericúes también hablaban de otras deidades: Purutahui, creador de las estrellas, las cuales eran consideradas de metal; y Cucunumic, responsable de la luna.
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¿Cómo se transmite la tradición oral en Baja California Sur?
Antes del papel y del internet, los habitantes de Baja California ya sabían contar historias. La tradición oral ha sido la forma más antigua de conocimiento: se aprendía escuchando al abuelo, repitiendo historias frente al fogón o durante la pesca.
Las leyendas no solo entretenían, también enseñaban a respetar el mar, a temerle al desierto y a honrar lo que no se ve.
En los pueblos, las leyendas sobreviven en las palabras de los mayores. Algunas se relatan en forma de advertencia; otras, como rituales íntimos para no olvidar quiénes fueron y de dónde vienen.
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¿Quiénes fueron las culturas que dieron origen a estos mitos?
Pericúes, guaycuras, cochimíes y kumiai habitaron esta tierra mucho antes de las misiones jesuitas. Cada pueblo tenía su propia cosmovisión: dioses que emergían del mar, cuevas sagradas, serpientes que hablaban y estrellas que eran ancestros.
Aunque muchas de estas culturas fueron desplazadas o forzadas a desaparecer, su legado vive en leyendas, en las pinturas rupestres y en el propio nombre de sitios que aún usamos. Entender sus mitos es también reconocer su existencia y su sabiduría.