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Nuevo León

Mauricio, a secas: crónica de casa, oficina y TikTok

Murió siendo alcalde de San Pedro Garza García y muy querido. En estas páginas cuento “mi historia personal” de las tantas conversaciones que tuve con Mauricio Fernández: desde su sala con fósiles y numismática, hasta su despacho en la Presidencia y su sorpresiva vida en TikTok

Mauricio Fernández en diciembre de 2024 recibió a POSTA en su casa para una última entrevista. Foto: POSTA
Mauricio Fernández en diciembre de 2024 recibió a POSTA en su casa para una última entrevista. Foto: POSTA

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Copiar Liga

Por: DAVID DORANTES

La primera vez que me abrió la puerta de su casa para grabar #Andares, me recibió con la prisa feliz de un coleccionista que por fin tiene con quién platicar. “Aquí está”, dijo, y desarrolló papeles como si fueran mapas del tiempo. Habló del banco cretácico de Vallecillo ―“lo descubrí yo”― y del Maurisaurio fernandezi , dicho con la naturalidad de quien se sabe testigo y parte de una historia de 90 millones de años. Me explicó que comparar huesos no es trivial, que “se llevaron cinco años” paleontólogos de México y Alemania para describir la especie. Yo asentí, pero en realidad estaba mirando su mirada: la de un niño grande que no dejó de asombrarse.

I. El tesoro de Vallecillo: museo, ley y memoria

Volvimos a vernos y la escena se repitió: fósiles de Iturbide guardados en contenedores, un triceratops prestado de Estados Unidos, la tristeza de saber que menos del 1% de lo rescatado estaba en sus manos; el resto, “en fachadas, pisos y paredes”. Lo dijo con rabia serena y con un plan: donarlo a México y a San Pedro, construir un museo que fuera polo cultural y económico, y blindar por ley ese patrimonio para que no acabara pulverizado por taladros o modas. “Empujé esa iniciativa con paleontólogos europeos, alemanes, mexicanos; hicimos Zooms, debates, todo”, contó. En su boca, Milarca ya era más que una casa-museo: era una declaración de amor a la ciudad y a la ciencia.

En otra entrevista, cuando le pregunté “¿qué tienes de nuevo para ofrecer a las nuevas generaciones?”, enumeró sus frentes como quien abre cajones: dos mil hojas escritas sobre numismática, un palacio del siglo XV en España restaurándose, “el rancho con mayor diversidad de animales”, y otra vez

Vallecillo: “ya van como 100 especies nuevas… géneros y familias nuevas”. Me dijo que la ley recién aprobada impedía “poner estampas como quieran” a las piedras, porque lo que vemos es el molde mineral de un animal que se fue; valía cuidarlo como si pudiera respirar todavía.

imagen-cuerpoEn su casa tenía una gran colección de fósiles y objetos históricos de su colección privada.

II. Del despacho al “abuelo” de TikTok: romper la barrera

Hubo un Mauricio anterior al celular y un Mauricio después del scroll. Un diciembre, en Posta, me dijo que su mayor reto era comunicarse con los jóvenes. Un año más tarde, subimos a su casa y me lo dijo riéndose: “yo ni sabía… ahora hasta el abuelo”. Empezó a subir piezas ―la espada, el tiranosaurio, el huevo de dinosaurio― y se midió con el Museo del Prado. “Ahorita traigo cuatro o cinco veces más seguidores… si a un joven le dices Prado o Milarca, se van a la Milarca”, soltó como quien no termina de creérselo.

No era vanidad: era pedagogía en corto. La gente “rompió una barrera”, me dijo. De saludarlo con respeto lejano a pararlo en la calle para una foto, o a tomar una lancha en Loreto solo para conocerlo. “Ese TikTok me rompió un Mauricio que nadie conocía”, confesó, y cerró con algo que, hoy que no está, suena a epitafio simple y justo: “soy el mismo; apenas me están empezando a conocer”.

Las recetas hicieron el resto: el vampiro con sangrita que se agotó en San Pedro; el tequila sencillo; la alegría de probar y compartir. Esa noche me contaron que no había botellas de Puerto Blanco, ni sangrita en Vinoteca; todo se había ido con un video. Mauricio se rió de buena gana. “¿Quién iba a imaginar que un vampiro haría eso?”, dijo, mientras abría otro cajón mental de recuerdos: la Casta que fundó con Manuel; la vida que siempre quiso contar sin solemnidad.

imagen-cuerpoTras su muerte, el museo La Milarca se convirtió en un memorial para Mauricio Fernández.

III. San Pedro en voz baja: empleo, seguridad, continuidad

En la oficina, ya alcalde de nuevo, comía tiempos con lápiz y conjuros administrativos. Empleo como primera muralla contra el delito; “si la gente no tiene empleo, hace cualquier cosa por su familia”, me dijo. Presumía con razón que San Pedro fue el único que se tomó en serio esa prevención desde el mercado laboral. Me habló de la vialidad Oriente, del tribunal de justicia administrativa que armó y le tiraron; de lo que duele: pelear en la Suprema Corte para que al día siguiente el sucesor lo cancele por antojo. Por eso su fijación con la continuidad: planear más allá de la silla, ciudadanizar lo que importa.

Y entre esas hojas, Mauricio volvía a ser “Mauricio, a secas”. Le divertía contar que guarda 20 o 30 metros lineales de recortes y que la gente lo identifica por el nombre de pila. Congruencia, le llamaba él: ser él mismo en el servicio público, en la numismática, en la cocina, en el mar, en el museo. “Con Mauricio basta”, decía sin decirlo.

imagen-cuerpoEn entrevista con David Dorantes, Mauricio Fernández recibió a POSTA en su hogar.

Epílogo: la última conversación

La última vez que crucé el portón, me habló de museos como quien prepara un viaje que sabía corto: Milarca en obra , el museo de numismática ya curándose con Claudio de Rey (“fue alumno mío y ahora es mi maestro”), cuatro mil monedas seleccionadas, otras dos mil setecientas por revisar. “Lo que me queda de vida se lo voy a dedicar a esto”, concluyó, con una sonrisa que hoy me pesa y me guía.

Mauricio murió siendo alcalde y muy querido. Yo tuve la fortuna de escucharlo de cerca: en su residencia donde un huevo de dinosaurio hacía fila con espadas; en su TikTok donde un “abuelo” se hizo de millones sin dejar de ser él; en su oficina donde un trazo apuntaba a una ciudad que no improvisa. Si algo nos deja es una tarea: proteger Vallecillo, abrir Milarca a generaciones que hoy lo siguen en el teléfono, y cuidar que los planes de largo aliento sobrevivan a los caprichos cortos. Lo escribo así, a secas, como a él le gustaba: gracias, Mauricio.

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