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Hugo Ontiveros
La esfera política
Por: Hugo Ontiveros

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Entre purificaciones y rituales: inicia un nuevo Poder Judicial

Entre rituales, el primero de septiembre marcó el inicio de una nueva era en el Poder Judicial de México...

Entre rituales, el primero de septiembre marcó el inicio de una nueva era en el Poder Judicial de México. Al margen del primer informe de la presidenta Claudia Sheinbaum, se inauguró lo que muchos llaman una transformación inédita: por primera vez, los magistrados y magistradas fueron elegidos mediante voto popular. Una decisión que ha despertado entusiasmo en algunos sectores y preocupación en otros, pero que, guste o no, ya es parte de las nuevas reglas del juego.

La presidenta lo anunció con firmeza: “se acabó la corrupción en el Poder Judicial”. Sin embargo, la pregunta es inevitable: ¿realmente estamos frente al inicio de una justicia más cercana al pueblo, o ante un experimento de legitimidad popular con riesgos para la independencia judicial?

Como politólogo y consultor político, no puedo dejar de advertir un reto mayúsculo: ejercer un verdadero Estado de Derecho. Uno en el que las demandas de los ciudadanos no dependan de discursos o mayorías, sino de la certeza de que la ley se aplicará sin excepciones. La legitimidad electoral no garantiza eficacia institucional.

A esta paradoja se suma un problema añejo: la austeridad. Nuevamente se levanta como bandera, pero austeridad no es sinónimo de eficiencia. El Poder Judicial arrastra una realidad incómoda: falta de personal, carencia de equipos adecuados, sobrecarga de trabajo y salarios insuficientes para jueces, magistrados y trabajadores de base. ¿Cómo exigir justicia pronta y expedita cuando quienes la imparten lo hacen bajo condiciones precarias?

El espectáculo de los rituales y las ceremonias simbólicas puede darle color al arranque de esta nueva etapa. Pero más allá de la parafernalia, lo que verdaderamente importa es si este “nuevo Poder Judicial” se comprometerá a garantizar la justicia que la ciudadanía reclama desde hace décadas.

La reflexión es clara: ¿será este el comienzo de un verdadero Estado de Derecho, o sólo el cambio de estandartes y discursos? La historia dirá si esta apuesta por la legitimidad popular se traduce en instituciones sólidas, o si se convierte en un nuevo capítulo de desencanto.


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