¿Por qué están llenando la Ciudad de México con antimonumentos?
Los antimonumentos no celebran, acusan. Son intervenciones colocadas para no dejar que el olvido gane.
¿Sabías que estos antimonumentos no son obra del gobierno? Son más que estructuras de metal en medio de la ciudad, cada uno tiene una herida detrás.
Todos fueron colocados en espacios de la vía pública por víctimas, familiares y colectivos al margen de las autoridades, ya que denuncian una injusticia y la inacción del Estado.
43. Primero, ¿de dónde vienen y por qué decidieron ponerlos en la avenida Reforma? No es casualidad que la mayoría sea colocado en Reforma, ya que esta se planteó como una avenida para plasmar a los grandes héroes y acontecimientos de la historia de México. Entonces el significado es aún más disruptivo.
Los antimonumentos no celebran, acusan. Son intervenciones colocadas para no dejar que el olvido gane. No hay placas de bronce, ni discursos oficiales. Solo rabia, memoria… y principalmente lucha por la verdad.
43. El primero nació en 2015. Lo colocaron familiares de los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa en Reforma, sin permiso, frente al Caballito. Fue un acto de dolor, pero también de poder de las madres y padres y desde entonces, la ciudad comenzó a hablar distinto.

En otros países, los pueblos han colocado ‘contra-monumentos’ después de guerras, genocidios o dictaduras. Pero en la capital los antimonumentos simbolizan historias que aún no han terminado, que actúan como una memoria abierta sobre algo pendiente y que no ha podido acceder a la justicia.
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Los hay por los 43 estudiantes desaparecidos. Por las mujeres asesinadas. Por los niños de la Guardería ABC, por los mineros de Pasta de Concho, por los estudiantes del 68, por la masacre de migrantes
Y me dirás ¿y eso para qué? Es un acto de apropiación del espacio público y de resistencia ¿Quién tiene derecho a ocupar la ciudad con su dolor? Todos.
Con su presencia, nos piden que no seamos indiferentes, que nuestras miradas no pasen de largo la impunidad. Y su valor radica en eso: en recordarnos que hay historias que no deben cerrarse hasta que haya verdad y justicia. Nos obligan a mirar lo que muchos prefieren ignorar. Y al estar en lugares públicos, interrumpen la rutina diaria para sacudirnos la conciencia.
Los antimonumentos no nos piden mirar al pasado, sino al presente y a ese hecho que sigue sin justicia y nos recuerdan que la memoria no se impone desde el poder. Se construye desde abajo.
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