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Yucatan

Don Feliciano Gio, el zapatero que rescata pasos en el corazón de Mérida

Desde hace más de 30 años, don Feliciano Gio mantiene viva la tradición zapatera en el corazón de Mérida, devolviendo pasos y recuerdos a cada par que repara


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Por: Christian Espadas

Durante más de tres décadas, don Feliciano Gio ha dedicado su vida a devolverle la vida a los zapatos del centro de Mérida. En su pequeño taller, el arte de reparar sigue siendo una forma de resistencia frente a lo desechable.

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¿Quién es el hombre detrás del taller?

Entre el bullicio de los comercios y el ir y venir de turistas y lcoales, sobrevive un pequeño taller que huele a cuero, pegamento y paciencia. Ahí, en la calle 61 por 64 y 66, trabaja don Feliciano Gio, un hombre de 60 años que lleva más de 3 décadas dedicado a rescatar zapatos.

Su local es modesto: una mesa cubierta de herramientas, retazos de piel, suelas apiladas y un ventilador que lucha contra el calor yucateco. Pero basta con cruzar la puerta para percibir algo que va más allá del oficio: un respeto casi artesanal por las cosas que aún pueden tener una segunda oportunidad.

"Lo que más me gusta es ver a la gente contenta cuando vienen por su par de zapatos", dice con una sonrisa tímida, mientras alisa con cuidado una bota que pronto volverá a caminar las calles de la ciudad. "La gente se va feliz porque sale como ellos quieren, como ellos piden. Que no se distinga tanto que ya estaba roto".

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¿Cómo nació su amor por los zapatos?

Don Feliciano comenzó como empleado en el taller Ex Vesubio, allá por los años ochenta. Aprendió de los viejos maestros del oficio, de esos que cosían a mano, con aguja gruesa y paciencia infinita. Con el tiempo, el dueño envejeció y decidió retirarse. Le ofreció el taller, y Feliciano, con humildad y determinación, aceptó el reto de continuar la tradición.

“Le dije que sí, que me interesaba más el taller que el dinero. Y desde entonces aquí sigo, controlándolo hasta ahorita”, recuerda con orgullo.

Su historia también está hecha de familia. Con el taller pudo ayudar a que sus hijos estudiaran, mientras su esposa, desde casa, sostenía un pequeño negocio de costura. “Entre los dos salimos adelante. Ella cooperaba, yo también. Y gracias a Dios los muchachos estudiaron”, relata.

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¿Por qué su oficio sigue siendo importante?

A lo largo de los años ha visto cómo cambian los tiempos. Antes, la gente buscaba reparar. Ahora, dice, “todo se tira a la basura”. Pero aún hay quienes lo buscan, porque saben que en su mesa de trabajo los zapatos no solo se arreglan: se salvan.

“Muchos me recomiendan. Dicen que les gustó cómo quedó, y me traen a sus conocidos. Eso me da gusto.”

No da presupuestos por teléfono. Prefiere ver el zapato en persona, como un médico que examina a su paciente. “Tengo que verlo, saber dónde está el mal. Solo así puedo decir cuánto cuesta”, explica.

En un mundo donde todo parece desechable, don Feliciano representa una forma de resistencia: la de quienes creen que lo viejo aún puede tener valor. Con hilo, pegamento y un poco de fe, devuelve la dignidad a esos pares de zapatos que otros dan por muertos.

Su taller, sencillo y silencioso, es también un refugio para las historias. Cada suela que cose guarda un recuerdo, una caminata, una vida. Y mientras sus manos sigan firmes sobre el cuero, Mérida seguirá teniendo un zapatero dispuesto a darle nuevos pasos al pasado.




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