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CDMX

El mundo desechable

Hoy vivimos rodeadas de empaques desechables de cosas que nacen con fecha de caducidad impresa.


Publicado el

Por: Carolina Hernández

Hola qué tal, yo soy Carolina Hernández y este es Sin Esdrújulas, tu micro mini podcast en el que escribo cosas que luego leo para ustedes que son todo, menos desechables.

Alguien acá le tocó usar pañales de tela? pañales blancos de algodón con el borde bastillado en colores pastel que se ensuciaban, se lavaban y se secaban al sol. O qué tal los envases de refresco. No tomen mucho refresco, les hace daño. Pero que tal cuanto todos los envases eran de vidrio y retornables.

Es que resulta que hubo un tiempo —no hace tanto— en que las cosas se cuidaban como se cuida una planta pequeña, como se doblan las cartas que se quieren guardar, hubo un tiempo, de hecho, en el que nos mandábamos cartas y no mensajes por WhatsApp que se quedan en visto.

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Hubo un tiempo en donde las cosas tenían derecho a una segunda oportunidad. Se zurcían calcetines y se parchaban pantalones. Ese tiempo ya fue.

Hoy vivimos rodeadas de empaques desechables. De cosas que nacen con fecha de caducidad impresa, no por necesidad, sino por diseño. Usamos, desechamos. Repetimos.

Y sin darnos cuenta, hemos empezado a hacer lo mismo con las personas, con las historias, con los vínculos. Ya no reparamos. No reparamos la playera que se rompió, no reparamos la tostadoras, ni los pantalones rotos, ni los silencios incómodos. No reparamos en que ahora, es más fácil cambiar. Reemplazar, Reemplazamos objetos, pero también relaciones.

En cuanto algo falla, lo sustituimos. En cuanto alguien deja de encajar en nuestra narrativa, lo apartamos.
Pero lo que se rompe, a veces, solo necesita tiempo. Un hilo. Un remiendo. Una conversación larga. Un abrazo sin prisa. Lo desechable nos ha enseñado a no comprometernos.

A no mirar el fondo de las cosas. A pensar que todo es reemplazable, incluso el amor, incluso la memoria.
Vivimos en una época en la que todo tiene repuestos, excepto lo que realmente importa. No éramos así.

Hubo un tiempo en que se zurcían calcetines y se sostenían las sillas cojas con un libro viejo o con un pedazo de servilleta. Hubo un tiempo en el que lo que se rompía se arreglaba. No por nostalgia, sino por respeto.

Porque las cosas —como las personas— merecen una segunda vida, una nueva forma, un intento más.
Hoy, tal vez, nos haría bien recordar cómo se lavaban los pañales de tela. Cómo se devolvían las botellas vacías.
Tal vez nos haría bien aprender a devolver, también, el amor que hemos dejado caer.

Y a reparar, con las manos, lo que aún puede seguir vivo.

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